Detectar mentiras es, sin duda alguna, uno de los temas más atractivos del lenguaje corporal. Aunque parezca una proeza muy difícil, lo más importante es acostumbrarte a observar las actitudes de las personas con las que interactúas diariamente.
Mientras más estudies el lenguaje corporal de los demás, te harás cada vez más sensible a los cambios de actitud que inevitablemente acompañan una falsedad. El problema surge cuando crees que existe un solo método para descubrir que te engañan, cuando en realidad es un grupo de habilidades donde también se incluye la de hacer preguntas.
Aquí tienes siete indicios claves para determinar si una persona elude la verdad:
1. Repetir la pregunta
Esta primera señal tiene dos manifestaciones posibles:
1) Cuando haces una pregunta sencilla y la repiten total o parcialmente, como si no te hubiesen entendido. Por ejemplo:
– Andrea: «¿Se puede saber por qué no está listo el informe?»
– Beto: “¿El informe? / ¿Que no está listo el informe? / ¿Quién, yo?“

Puesto que a una pregunta sencilla corresponde una respuesta sencilla, la mente del mentiroso necesita valiosas décimas de segundo para poder contestar sin comprometerse.
¿Cómo hace el mentiroso para ganar tiempo? pues repite la pregunta.
2) Complementar la respuesta con la pregunta misma. Ésta es «adjuntada» a una respuesta que debería ser sencilla. Por ejemplo:
– Andrea: «Amor, ¿Le pusiste comida al perro?»
– Beto: «Uhm, Sí amor, yo le puse comida.»
Luego de una respuesta así, esperemos que Beto se asegure de que Fido no se muera de hambre. El incluir la pregunta original como un complemento de la respuesta (que en este caso podría ser simplemente «Uhm, Sí amor«) es señal que Beto quiere sonar convincente, cosa que no ocurre cuando preguntan, por ejemplo, su nombre.
2. La boca que pica
Los gestos adultos son en realidad evoluciones de los movimientos automáticos de los niños. Las expresiones de emotividad, los gestos exagerados de las manos y los ojos desmesuradamente abiertos son rasgos infantiles inconfundibles que llegan sin escalas a la adultéz, aunque cada vez más y más sutiles para llamar cada vez menos la atención.
¿Qué hace un niño instintivamente cuando escucha una mentira o una grosería? Su reacción natural será la de taparse con ambas manos la boca, queriendo decir con este gesto “¡No puedo creer lo que estés diciendo!”. Al ir creciendo, esta manifestación se hace casi imperceptible y puede derivar en un simple toque de las comisuras de los labios o incluso la punta de la nariz. “Un momento”, dirás, “En ese caso el niño se tapa la boca porque escucha una mentira, más no porque la dice.”

Recuerda que nuestro cerebro es propenso a “representar” sensaciones que no están realmente presentes; Si por ejemplo ves a alguien mordisquear un limón, no podrás evitar sentir su gusto ácido en tu propia boca, que hasta podría salivar. El mismo reflejo nos lleva al gesto de las manos que se llevan a la boca cuando otra persona miente.
De todos los micropicores definidos por Phillippe Turchet en el libro “El lenguaje de la seducción”, el de las comisuras de los labios y el de la punta de la nariz están íntimamente relacionados con el mentir.
3. La sien perlada
¿Has notado cómo una persona que se siente amenazada, empieza a sudar copiosamente? Aún cuando hace escasos segundos su frente estaba seca, ahora está perlada producto de su nerviosismo. Esta reacción es provocada por la amígdala cuando tu sistema límbico presiente que se encuentra ante un peligro inminente. En vez de esperar a que se dispare la actividad física que eleve su temperatura y que provoque el correspondiente sudor para controlarla, el cuerpo se anticipa provocando una transpiración que por la ausencia de esfuerzo, sientes más fría de lo normal.

La sudoración de la frente es un indicio claro de que la persona está nerviosa. ¿Nerviosa por qué…? puede que lo esté simplemente porque se siente acusada y está buscando exponer su explicación; o bien no tiene ninguna explicación y tiene que inventarla.
En ese momento la persona que está siendo acusada entra en un círculo vicioso en el que le es imposible generar palabras coherentes puesto que su cerebro está dividido entre:
a) Alarmar sobre el peligro del momento,
b) Determinar la intención y reacciones de su interlocutor y, posiblemente…
c) Desarrollar la mentira.
Si a todo esto le añades el hecho de que ya está nervioso y no puede pensar con claridad, es muy factible que termine metiendo la pata o simplemente lo confiese todo. Debes estar absolutamente seguro de que no hace el calor suficiente como para que la persona esté sudando. Una cuidadosa observación previa al “interrogatorio”, le permitirá determinar si la piel de su sien está seca.
Cuando la reacción al peligro le invada, notarás que su tez se volverá más clara (por compresión de los capilares) y empezará a sudar. En el caso de quienes sufren de hiperhidrosis o sudor constante, no se da ese cambio de (frente seca / perlada de sudor), pues siempre tienen una ligera capa de transpiración.
4. Los ojos fijos
Entre las “cartillas” de lenguaje corporal que abundan en internet para detectar mentiras, un mito muy difundido es el siguiente:
«Los ojos de una persona que miente tratan de evadir constantemente a su interlocutor, ya sea por vergüenza o pesar.»
En realidad, mentir es como jugar al baloncesto. ¿Te imaginas que estés probando tus tiros, y que cada vez que lances el balón voltees hacia otro lado? Poco probable; siempre querrás ver si aciertas o no. Exactamente eso es lo que hacemos; mantenemos nuestra mirada fija en la trayectoria del balón.
Cuando mentimos, lanzamos una «pelota» que esperamos que el otro atrape, y termine creyéndonos. Hasta entonces, trataremos de escrutar cada centímetro de su rostro; el brillo de sus ojos, la tensión en su cara, el color de la piel, la respiración… buscaremos de manera desesperada una confirmación de que lo que inventamos ha superado las dudas de la otra persona. Todo exceso es sospechoso.
En algún momento te habrás topado con alguien que sabías que mentía… y que se esforzaba ridículamente por no establecer contacto visual alguno. Quizás se quedaba viendo una grieta en el techo, o quizás una piedrita en el piso… pero nunca volteaba a verte. Lo más probable es que no tuviese un argumento, sino que más bien se empeñara una y otra vez en negar su participación o conocimiento de la acusación. En este caso, la certeza de que está mintiendo es aún mayor. Luego viene una clave verbal que no es fácil pasar por alto…
5. Justificarse innecesariamente
Una de las recomendaciones que hacen los abogados a las personas que están siendo interrogadas, bien sea en una comisaría o en un juicio, es el de ser fríamente concretos. «Sí» o «No» son las respuestas adecuadas; si hay que responder con una frase completa, debe hacerse lo más sencilla posible y responder exactamente lo que están preguntando.
Si la pregunta es «¿Dónde estuvo usted la noche del martes?», la respuesta debe ser de menos de cuatro palabras. «En la discoteca tal o cual». Punto.
Criminólogos, abogados, psicólogos, psiquiatras y demás profesionales afines conocen perfectamente la razón de esta recomendación. Cuando nos sentimos culpables por una u otra razón, o cuando estamos nerviosos porque queremos demostrar nuestra inocencia o eficiencia, tendemos a… justificarnos innecesariamente.
¿Qué podemos definir como una justificación innecesaria?
Todo detalle que busca probar lo que estamos diciendo.
Por ejemplo, un criminal que tenga una coartada para «el martes en la noche», la esperará completa sin que se lo soliciten, con tal de que lo dejen en paz de una vez. Y aquí es cuando los especialistas nos damos cuenta si ha estado practicando la respuesta; una persona que realmente tiene que «recordar», se toma su tiempo en estructurar los detalles. No tiene que practicar nada y puede responder calmadamente pues está hablando con la verdad. ¿Qué gana hablando más de la cuenta? Absolutamente nada. De hecho pierde mucho, pues da detalles muchas veces innecesarios que ayudarán a un interrogador sagaz a contradecirle eventualmente, incluso si está siendo sincero.
¿Cómo es posible? el nerviosismo es el culpable; si la respuesta a la pregunta fuese «Estaba en la discoteca… con Juan y María«, y en realidad Juan sólo le acompañó diez minutos y se fue, entonces quien nos interroga podría alegar que «A las 9:30 p.m. Juan se encontraba en casa de su mamá. ¿Cómo es posible que estuviese con usted en la discoteca?«. Ahí le toca justificar aún más. Diría (aún más nervioso) «Ah, es que él se marchó a las 9:10… no volví a saber de él«. Y por ahí se va.
¿Te imaginas que a las 9:45 le enviaste un mensaje de texto a Juan y lo olvidaste? Todo se complica.
Y todo por culpa de justificarte innecesariamente.
Pero aún no terminamos…
6. Bajar la voz y tragar saliva
Ésta es la lección para detectar mentiras más fácil de implementar. Cuando una persona miente o está inventando algo, su tono y volumen de voz disminuyen dramáticamente, casi en un 50%. De hablar con una correcta modulación, pasa de repente a bajar la voz con discreción, y de nuevo a un tono de voz normal. Incluso puede ocurrir varias veces a lo largo de frases concatenadas.
Trata de identificar, a medida que tu interlocutor se expresa, las subidas y bajadas de tono de su voz; pon atención a qué detalles estaba explicando en el momento en que disminuyó el volumen al hablar. Apunta maquiavélicamente tus próximas preguntas a esos detalles que intenta disimular.
Así como el tono de voz oscila con las mentiras, otro detalle vocal tiene protagonismo: tragar saliva. Éste es un proceso automático que hacemos todo el tiempo, pero si estamos nerviosos lo hacemos casi deliberadamente y se nota.

Los cómics han sido bastante explicativos al respecto, pues el gesto clásico del personaje aterrado que debe halarse el cuello de la camisa para poder tragar saliva con la parsimonia que lo caracteriza, está firmemente arraigado en nuestro léxico corporal. Pero esta clave está más allá de una simple viñeta infantil. Es un hecho que las personas cuando están nerviosas, necesitan tragar saliva conscientemente.
7. El alivio de la retirada
La última técnica de esta lista para detectar mentiras es la más difícil de aplicar. Cuando una persona está siendo interrogada, se mantendrá a la defensiva y su cuerpo estará tenso. En el momento que el interrogatorio termine, pueden ocurrir una de dos cosas: O bien la persona contraataque diciendo lo injusto que hemos sido en pensar que está mintiendo, o bien se quede callado y su cuerpo se relaje por unas décimas de segundo. En pocas palabras, una persona culpable se sentirá aliviada instantáneamente cuando el «interrogatorio» termine.

¿Por qué es tan difícil de poner en práctica?
Porque esta es la única técnica que implica al mentiroso en pleno conocimiento de que lo estamos interrogando. Este proceso, en sí mismo un arte delicado, debe ser lo suficientemente exasperante para él como para que exhiba al menos tres de las seis claves expuestas anteriormente. Una persona sincera usualmente está dispuesta a cooperar. Un mentiroso se pone a la defensiva.
Al finalizar el interrogatorio, debes estar atento a dos claves:
a) La relajación de uno ó ambos hombros y
b) La respiración, que siendo superficial hasta ese momento, se reanudará con un suspiro sordo.
Imagínate que te empiezan a acusar de algo que no es cierto. A pesar de lo que dices en tu defensa, siguen sin creerte. ¡Te indignarías! Y no sería una emoción que se disipe de buenas a primeras. Nada más terminar el interrogatorio, empezarías a reclamar la injusta acusación. Pero si eres culpable, la actitud es otra.

Por medio segundo te relajas, aliviado de que ya el ataque terminó; pero enseguida el hemisferio izquierdo del cerebro toma las riendas y dice «¡Epa! se supone que debes demostrar indignación!»
¿Cómo ejecutarlo correctamente?
1) Acorrala al supuesto mentiroso, lanzando pregunta tras inquisitiva pregunta, tratando de ir aumentando su estrés.
2) Verifica visualmente que efectivamente sus hombros se empiezan a subir y «juntarse» un poco. Este paso es muy importante, y es el que da pie a:
3) Lanzar una última pregunta y esperar la respuesta, y por último…
4) Apenas el mentiroso termina su respuesta, le miras fijamente de tres a cuatro segundos a los ojos, como considerando que está diciendo en efecto la verdad; mientras, tus manos deben estar apuntaladas en la cintura, dando a entender que no vas a dar un paso atrás. Al terminar los tres o cuatro segundos de mirada fija… afloja los brazos, gira tu cuerpo 45°, llévate una palma a la frente y suspira profundamente, oscilando los ojos hacia abajo, pero sin perderle de vista. Este gesto compuesto le dará a tu interlocutor la certeza de que el interrogatorio ha terminado.
¿Con quién lo pondrás en práctica?

Por Jesús Enrique Rosas | Vía knesix.institute
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