Hagamos un ejercicio, primero sea por favor amable y sea también sincero para no lastimarse con las pedradas que probablemente caigan sin previo aviso. Segundo, tenga a la mano una libreta y lápiz, considere que vamos a necesitarlos. Tercero, llene en su dosificador personal los siguientes elementos (sólo dos) cierto o falso.
¿Cuesta trabajo decir la verdad? Mentimos para engañar o engañamos para que nos mientan. Lo hacemos sin darnos cuenta o a cuenta de ello lo hacemos.

Estas ideas son un reflejo hasta paradigmático de lo fácil e increíble que es decir una mentira que suene a verdad. “Verdades a medias o completas mentiras”.
Probablemente todos lo hemos hecho, aunque la honestidad es invaluable hay momentos en que es necesario mentir, ejemplos hay muchos en la vida diaria y le damos los nombres posibles para hacerlas ligeras. “Una mentirilla piadosa, es en realidad una enseñanza de ética que ¿la propia verdad? Quiere decir que, ¿la verdad es toda una conveniencia moral y más delicada que la propia mentira? Entonces ¿se vale mentir? ¿Es la mentira una fortaleza en lugar de un defecto?
Si es así, entonces ¡vale la pena!

Las mentiras amables o las mentiras inocentes evitan situaciones embarazosas. En ese nivel los de acá las ocupamos hasta como seguro de vida, el problema con los de allá es que las llevan a un terreno peligroso para que los de acá terminemos por creerlas.
Y como juego de ajedrez hay un ganador y un perdedor.
No es un secreto que hay políticos que mienten, también pueden hacerlo al decir la verdad. Las falacias del discurso son escritas en la arena o soltadas al viento, la cultura de lo aprendido nos dice que la trampa de los mentirosos es hacerlas creer que son verdaderamente posibles.
Engañar “diciendo la verdad” es algo casi natural en la sociedad de hoy. Sin inquietarnos, mentimos, pese al hecho de que supone un esfuerzo mental mucho mayor que decir la verdad. Y tal acción es fomentada o tolerada o justificada o agradecida o celebrada como un signo de astucia, de una inteligencia casi quirúrgica pero malsana.
El uso de la mentira para manipular o engañar es preocupante. Desfigurar las palabras, se toma como una estrategia para obtener una negociación exitosa. Conducirnos, sugerirnos, tener objetivos que compiten entre sí para llevarnos al camino de lo que preferimos escuchar ha suscitado el despliegue de campañas políticas, publicidad ilusoria, relaciones de mucha discreción, sociedades o instituciones “sin fines de lucro”. Medios de comunicación con intenciones o intereses muy definidos, capitales económicos atiborrados de letras chiquitas.

La gran estafa se respira todos los días, escapar de ese inframundo sería un acto de dignidad.
En el suburbio de la información, también, sin el menor empacho transitan contenidos especuladores como otros comprobables. Y en esa dicotomía nos mantenemos escépticos a menos que nuevamente el gran absurdo asome sus narices para hacer de lo evidente, lo inconveniente.
Y es que en el intercambio de datos siempre hay un objetivo claro que cumplir, fundamentados en la crítica o en la investigación. Pero hay otros que lo hacen en un sentido pernicioso y sensacionalista rayando hasta en lo ridículo.
“Algún provecho debe haber en decir lo que se dice”, y es reforzada esa percepción cuando la advertimos incierta o fuera de contexto.
Todo ello va de la mano de quienes son los actores o personajes principales. Ellos, los generadores de opinión, saben que los contenidos por sí mismos no nacen ni se hacen solos. Hay quien los inicia, provoca, fabrica, crea la maña intuitiva de permear o enmarañar escenarios y peor la conciencia colectiva.
Un ejemplo son las noticias falsas o “fake news”, voceras eficaces de la teoría del caos, son cada vez más usadas como herramientas para difundir temor o generar conductas afines a los grandes intereses de los mismísimos grupos de poder.

La información privilegiada, reservada o clasificada es oro molido en las manos correctas, en las incorrectas son dinamita.
Quien tiene claro lo que quiere para documentarse sabe cuál camino tomar y cuál desechar. Divulgar las atrocidades del íntimo mensaje basadas en la desinformación crea bajas expectativas para un razonamiento prudente y objetivo.
No, no es recomendable jugar al despistado, hay que estar bien alerta cuando atiborrados de todo tipo de comunicaciones vemos pocas señales de confiabilidad. No es cosa fácil saberlas identificar, se requiere de agudeza, se requiere dejar de ser un buscador amateur en la web para arriesgarnos a ser más selectivos.
Se requiere que algo ocurra. En esta sociedad no pasa nada con el mentiroso, pasa mucho o malamente le pasa de todo al que decide hablar del mentiroso.
Difícilmente se arriesga la verdad, las noticias o mejor dicho “los destapes” quedan en eso, en una muestra de cinismo de quienes cometen delitos y no son detenidos.
Cuando nos miente una figura pública y ese alguien representa un liderazgo social nuestra confianza en las instituciones políticas decae y hace que la población se vuelva igual de cínica. Nos predisponemos y esperamos que sean frecuentes las mentiras pese al hecho de que ahora sigue siendo un reto detectarlas en tiempo real, especialmente cuando se usa una verdad para manipular.
Moraleja, la verdad puede ser engañosa.
Cuestionemos a los de allá y sus promesas de entrega falsa. Los de acá, revisemos también las nuestras, que sea todo el año en que las buenas intenciones se oferten como ganga.
Y tu, ¿Qué opinas de las mentiras?

Por: Patricia Hernández González | Vía: redespoder.com
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