La corrupción se hizo “normal” en la sociedad y se extendió la forma sui géneris de ser una persona exitosa bajo el lema que un segmento de la población acuñó en el lema:
“el que no transa no avanza”.
En este contexto, tanto los funcionarios como la ciudadanía nos hemos convertido en cómplices de facto, mientras no se adopten las buenas prácticas que nos permitan demostrar lo contrario.
Además, otros efectos que ha provocado la corrupción en la población en general, es la cada vez más creciente desconfianza ciudadana hacia sus autoridades y, por otro lado, el interés público ha sido secuestrado por los intereses privados. El problema de la corrupción es que se trata de un fenómeno que ha sido prohijado y promovido a placer por un régimen político de suyo perverso, en detrimento del bienestar de las mayorías, y que caracteriza por mucho la labor gubernamental de México.
Ante los nuevos vientos que soplan en el país, resulta alentador que muy probablemente la corrupción no sólo se enfrentará con los buenos ejemplos o las buenas voluntades, sino que se requiere de instituciones y mecanismos legales para combatirla y extinguirla. Requerirá de parte de la próxima Administración federal la puesta en vigor de las buenas prácticas de gobierno, como la transparencia y la rendición de cuentas, pero principalmente no tolerar más ningún abuso que atente contra la sociedad.
Es urgente extirpar este cáncer de nuestra sociedad.
También, como ciudadanía debemos promover iniciativas innovadoras, emprender campañas cívicas desde las escuelas sobre la necesidad de fortalecer los principios de moralidad y honestidad, con la finalidad de crear una nueva cultura ajena a la corrupción.
Es apremiante formar otro tipo de ciudadanía que cumpla con las reglas y rinda cuentas. Estas primicias serán exitosas y palpables cuando esté en vías de extinción la práctica extendida de dar mordidas y, en su lugar, se estimule, con base al mérito, a quienes ejerciendo la función pública cumplan sus responsabilidades con honestidad; en paralelo, tendrá que castigarse con todo el peso de ley a quien incurra en actos de corrupción, trátese de quien se trate.

La sociedad mexicana en su conjunto forma parte de un país con valores admirables que hemos demostrado en diversos momentos frente a la tragedia que dejan atrás los desastres naturales, pero también con nuestros familiares en situaciones difíciles.
Por eso merecemos un régimen político que promueva el cumplir con la ley con el mismo rasero y crear la cultura de entrega de cuentas.
México no puede seguir siendo más el país donde “no pasa nada”. Aspiramos a construir un régimen donde sintamos orgullo de nuestras instituciones, donde seamos corresponsables de generar un ambiente de confianza.
Tampoco podemos continuar siendo uno de los países reprobados por la corrupción existente. Urge sentar las bases para que seamos agentes con propuestas desde nuestras familias, escuelas, trabajo, en los medios de comunicación, a través de nuestras redes y el gobierno, a fin de generar nuevas prácticas de honestidad, de transparencia y de rendición de cuentas.
Para aportar a este debate, nuestra revista Brújula
Ciudadana recientemente publicó artículos escritos por especialistas que dan cuenta de todo el lastre generado por la corrupción en México en distintos ámbitos (la aplicación de la justicia, el sindicalismo, el sector energético, los programas sociales), pero la dimensión del problema es mucho mayor y así lo reflejan los textos que profundizan en el entramado institucional con sus lentos avances y mayúsculos desafíos.
¿Provocas la corrupción? Yo, no.

Por Elio Villaseñor Gómez | Vía animalpolitico.com
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